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El ficus seco

En el extremo de la ciudad deportiva del Betis, Heliópolis y su émulo Nuevo Heliópolis se alza, como un triste espantapájaros vegetal con sus muñones secos, un enorme ficus ya renegrecido que en su día fue un árbol frondoso en los jardines del Prado. Bajo sus ramas jugaron los niños y en su copa anidaron los pájaros, hasta que un día alguien decidió que estorbaba a la biblioteca universitaria de Zaha Hadid y, para evitar más protestas de vecinos y ecologistas, lo trasplantó a esta tierra extraña.. Se convirtió así en un solitario ejemplar en medio de una pradera de jaramagos que a duras penas verdea en verano. Dijeron no se sabe qué expertos que ninguno de los árboles trasplantados fuera del Prado se había perdido y que la operación fue todo un éxito. Este esqueleto vegetal prueba lo contrario. Quizás murió al verse solo, de la misma tristeza que los naranjos, por no poder oír más las risas infantiles y el trino de las aves. A este ficus seco, al contrario que al olmo de Machado, ya no le brotan ramas reverdecidas, ni espera milagro alguno de la primavera.

Dignidad vegetal

Ahora que se habla tanto de los derechos de los animales a raíz de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña y de que el futuro parece encaminado a que no se celebre espectáculo en el que tenga que aparecer algún ser del reino animal, yo me pregunto cada vez que paso por la Plaza de San Francisco cuándo hablaremos de los derechos de los vegetales. Reparen, por favor, en la pareja de ficus que deberían ser de gran porte sitos a cada lado de la fuente de Mercurio, ante la fachada del Banco de España. A estas maravillas arbóreas, que podrían alcanzar similar  frondosidad que en la Avenida de María Luisa tienen sus hermanos junto al restaurante ‘La Raza’, las podaron años ha con el argumento de que los empleados del banco se quejaban de que les tapaban la luz. Ni que fueran Diógenes en su diálogo con Alejandro Magno, cuando en Sevilla lo que hay que valorar es justamente la sombra, porque luz y sol nos sobran. Y no se contentaron con talarlos más que podarlos, sino que los han desfigurado al darles un porte cuadrado, ajeno a su elegancia natural.