Repasa en la soledad de su despacho los periódicos. Allí está él, protagonista de todas las portadas, informaciones de apertura y editoriales, con su foto en primer plano haciendo la señal de la victoria. Los medios, desde los adictos a los situados en las antípodas de su ideología progresista, son unánimes al reconocer su apoteósico triunfo en las primarias del PSOE frente a la candidatura oficialista avalada por el líder. Sí, esta vez el sector crítico encarnado por él ha ganado contra todo pronóstico y contra el aparato, por haber sabido conectar con las bases y presentarse como el hombre joven y carismático, capaz de rebelarse contra el orden establecido y ganar. Ahora será designado el candidato del partido. El ring-ring del teléfono le despierta de su ensoñación. Rosa Aguilar le llama para que la acompañe a Alcosa a un acto público montado por la Junta en disimulado apoyo a Juan Espadas. Da un suspiro de resignación y sale en busca de la consejera. La puerta se cierra detras de él y se puede ver la placa con su nombre: Alfonso Rodríguez Gómez de Celis.
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Tu quoque Celis
Tal como auguramos, Celis ya no nada entre dos aguas sino que ha emergido completamente a la superficie y seguro que a Alfredo le habrá parecido que ha actuado no como su delfín, sino como un submarino de Viera. Sí, porque el delegado de Urbanismo convocó una insólita rueda de prensa tras el Consejo de Gerencia para proclamar ‘urbi et orbi’ que él se siente representado por el secretario general. Osea, que al sector crítico, si te he visto, no me acuerdo, pues ya Griñán dictó sentencia en la víspera y dijo que lo del nuevo alcalde lo deja en manos de los oficialistas. Parafraseando a Julio César, Monteseirín bien podría decirle a Alfonso lo mismo que aquél le dijo a Bruto cuando lo vio entre los conjurados contra él: ‘Tu quoque, fili mi!’ (¡También tú, hijo mío!). ¡Y pensar, Alfredo, que ordenaste matar políticamente a Emilio Carrillo porque en su día también osó decir aquello de que se alineaba con Viera!. La defección de Celis supone algo más de lo que decía Bob Dylan: los tiempos ya han cambiado. Ni siquiera ha hecho falta que cantara tres veces el gallo.