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La madeja

De acuerdo con que el Ayuntamiento ha sido un reino de taifas en que cada partido de las coaliciones gobernantes se ha esforzado en destacar sus propios chiringuitos por encima de la imagen unitaria del Consistorio. Ahora bien, con la que está cayendo y después de dejar hasta sin Cabalgata a muchos barrios por ahorrarse unos miles  de euros, ¿es necesario gastarse 40.000 euros en cambiar el logotipo municipal y pintar de colorines el NO8DO para “unificar la identidad corporativa”? ¡Si ya sabemos que el PP tiene la mayoría absoluta con sus 20 ediles y que el Ayuntamiento goza de mando único! A ver si esto va a ser como los equipos de fútbol, que cambian cada año el ancho de las rayas o la tonalidad para vender más camisetas. Lo peor es que tras los 40.000 euros del nuevo logotipo habrá que gastarse otro pico, como si nos sobrara el dinero, en cambiar los sobres, las tarjetas, la papelería toda y mandar a la trituradora la antigua. Parafraseando a Juan Ramón, habría que decirle a Zoido: no la toquéis más que así (desde Alfonso X el Sabio) es la madeja de Sevilla.

El verbo

tranvíaBalzac, el gran novelista de ‘La comedia humana’, sostenía que el nombre de la cosa es la cosa misma. Juan Ramón, nuestro poeta universal que vio en Moguer la luz con el tiempo dentro, pedía a la inteligencia que le diera el nombre exacto de las cosas. Al principio, según la Biblia, era el verbo, y en el verbo se libran las grandes batallas. No hay mayor triunfo que los otros hablen con tu lenguaje, porque a partir del lenguaje se construyen las imágenes mentales y se representa el mundo. Goebbels, el ministro nazi de Propaganda, decía que una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. Monteseirín ha procurado siempre construir una falsa realidad  a través del lenguaje. Hacernos creer, por ejemplo, que el tranvía era el Metro al Centro. O que ganó tres veces las elecciones municipales cuando dice que los sevillanos avalaron tres veces sus políticas. Pensaba en todo ello al oír al (sin) alcalde hablar de la peatonalización de la Avenida. Falso. Una Avenida cruzada por un tranvía y por infinidad de ciclistas será cualquier cosa menos peatonal.

El bouquinista

bouquinistaAl contrario que su homónimo de ficción creado por Ariosto, Orlando Rivera es un pacífico exiliado cubano que, por azares de la vida, ha acabado como librero ambulante en los Jardines de Murillo. Mientras que a Juan Ramón Aguedilla le mandaba moras y claveles, a Orlando los viejos le regalan libros de eso mismo, para que los venda y se gane unos eurillos, cuando no es él quien los salva de la basura, los recicla y los expone a la curiosidad de jueces, universitarios y transeúntes. El otro día, los polis de Mir, esos que no veían nada raro en los mercadillos bajo la  influencia de Torrijos, le requisaron su inocente mercancía de segunda mano y ahora le exigen 85 euros, en concepto de multa, por  recuperarla. Cuando Neruda estaba postrado en Isla Negra y llegaron los golpistas de Pinochet en busca de armas, el nobel les dijo que debajo de su cama tenía una bomba muy peligrosa: obras de poesía. Los guindillas de Monteseirín, en plan Fahrenheit 451, piensan eso mismo de todos los libros. En la ciudad de las personas no hay, como en París, lugar para el bouquinista.