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Compatibilizar

La biblioteca del Prado da más juego que la de Alejandría. Ahora, Espadas insta a Zoido a que se pronuncie “sin intermediarios” sobre la sentencia y sobre cómo se “compatibilizará” su ejecución con “la conservación de una inversión que ya ha supuesto un importante gasto”. En su obsesión por meterle las cabras en el corral a Zoido o viceversa, yerra. Desde que Monteseirín y Marchena embaucaron a la Hispalense y ésta les firmó un papel exonerador de responsabilidad, quien debe pronunciarse es el rector, no el alcalde. Se nota en Espadas la nefasta cultura del “ya que”. Ya que la Universidad ha gastado un dineral en las obras, ¿cómo se van a derribar?, plantea subliminalmente con el término “compatibilizar”. Ya que hemos gastado 170 millones en la esclusa, ¿cómo no se va a hacer el dragado?, dicen los del Puerto. Ya que se alzó el ilegal hotel en el Algarrobico, ¿ahora cómo se va a tirar?, dicen los del ladrillo. “Compatibilizar”, amigo Espadas, equivale en todos estos  casos a premiar la política de hechos consumados y a saltarse a la torera el Estado de Derecho.

Tarjeta roja

El Supremo estima inadmisible el recurso contra la anulación de la biblioteca en el Prado porque era nula de pleno derecho al haber sido expulsada ya del ordenamiento jurídico. Tarjeta roja. Es la decimotercera sentencia favorable a los vecinos y contraria a la Hispalense, cuyo rector, Joaquín Luque, era vicerrector de Infraestructuras cuando se promovió el ilegal proyecto y se acordó eximir al Ayuntamiento de Monteseirín y Marchena, los dos embaucadores, de cualquier responsabilidad sobre lo que acaeciera. La Hispalense debió haber demolido las obras en julio de 2009, cuando las paralizó el TSJA, y no gastar 10.400 euros/día  en su vigilancia y mantenimiento, empecinada en un recurso tras otro. Los ha perdido todos y en estos dos años y medio, aparte del dinero en la fallida construcción, ha gastado 11.232.000 euros en sostener aquel esqueleto de cemento. Un despilfarro del que Luque, cuya única salida es la dimisión, se hace el loco. Hoy, como no han derruido la biblioteca, la locura de Luque nos cuesta a los sevillanos otros 10.400 euros. Y así sucesivamente.

Yo maté a Kennedy

El hombre es dueño de sus silencios y esclavo hasta de las palabras ajenas, como Luque, ese edil del PP apuntado a Facebook que, presuntamente sin su consentimiento, ha sido adherido a una especie de blog  –perdonen mi supina ignoracia del mundo digital; yo pertenezco a la galaxia de Gutemberg-, en que se tachaba de malditos al PSOE y a sus votantes. Osea, que si usted se apunta a una de estas redes y se pasa cinco minutos sin mirar su perfil, puede encontrarse con la sorpresa de que alguien con aviesas intenciones o por mero divertimento le escriba en su ‘muro’ (jerga internáutica) que usted mató a Kennedy, y que el FBI lo incluya ‘ipso facto’ en la lista de magnicidas, lo mismo que equiparó a Llamazares a Ben Laden. Celis, en plan FBI municipal, aprovechó tal circunstancia como maniobra de distracción para pedir la dimisión de Luque con el argumento de que “lo grave no es que te ‘etiqueten’, sino que sabiéndolo lo permitas”. Aplicado a Mir, sonaría así: lo grave no es que te den la caseta por un error mecánico, sino que sabiéndolo te quedes con ella.