Reza el adagio que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Tras la tala masiva de plataneros en la calle Almirante Lobo con el declarado fin de que se vea mejor la torre del Oro desde la Puerta de Jerez habrá que acuñar una variante y expresar que el político es el único animal que tropieza dos veces con el mismo árbol y que la sensación es aún peor cuando el tropiezo se produce en especie “ajena”, como le ha ocurrido a Zoido.
Y es que quien no aprende de la historia está condenado a repetirla. Zoido ha demostrado no haber aprendido, pese a haber estado en primera fila, del impopular error de Monteseirín de haber talado gran parte de la arboleda existente (plataneros, naranjos, falsas acacias…) desde la calle San Fernando a la Plaza Nueva para la construcción del tranvía y una peatonalización que sólo ha servido para llenar de más veladores la Avenida y crear un galimatías de usos entre mesas, sillas, paneles expositores, carril bici y vías del tranvía que no dejan apenas sitio al transeúnte.
El gobierno de Zoido no ha sabido calibrar la indignación popular que iba a provocar la tabla rasa de la treintena de plataneros, la mitad datados de la Expo del 29, de la calle Almirante Lobo y, como gato panza arriba, trata de defenderse esgrimiendo cada día un argumento distinto y derivando la responsabilidad política a los informes de los técnicos, como si sobre éstos no pesara la dependencia de la clase política a la que sirven.
En el catálogo de excusas municipales se ha leído que los árboles eran insalvables porque estaban podridos, llenos de oquedades y/o atacados por diversas enfermedades; que estaban dispuestos de manera caótica en la calle; que podrían derrumbarse sobre los operarios que trabajarían en la reurbanización; que las raíces se habían enroscado sobre las tuberías….
Hace más de un año, cuando el alcalde y su delegado de Urbanismo presentaron el proyecto de reurbanización (¿no había otras calles que necesitaran más el gasto cercano a los 900.000 euros?) de Almirante Lobo sólo dieron dos razones para acabar con los árboles: que estaban muy deteriorados y que ocultaban la visión de la torre del Oro.
A raíz de aquel anuncio acudí a la calle para inspeccionar los árboles uno por uno y a contrastar mis apreciaciones con expertos botánicos que sabían y saben más que yo. Mi conclusión, avalada por éstos, es que casi la mitad de la treintena de plataneros eran relativamente nuevos (entre 10 y 20 años) y estaban sanos y que el estado de la otra mitad era similar al del 80% de los plataneros de Sevilla pero salvables con un tratamiento adecuado, que podría alargar su vida durante medio siglo más.
Ahora, un año después y ya sobre el terreno y con los árboles cortados, esa misma impresión obtuvo Ecologistas en Acción cuando al verificar el argumento municipal de “oquedades y pudriciones en ramas principales” comprobó lo siguiente: “De los 27 árboles (más dos palmeras) incluidos en el ámbito de la reurbanización, sólo nueve muestran evidencias externas de ese tipo de lesiones. Muchos de los árboles más viejos (7 de 11) sí que se ven más o menos dañados y dos de los jóvenes también (aunque no sabemos si tanto como para justificar su tala), pero han metido en el mismo “saco de la tala” árboles que no manifiestan ningún daño, ni se les puede presumir dada su juventud y lozanía; hay seis que no superan ni los 25 cms. de diámetro….”
Tras talar los naranjos más exteriores de la Plaza Nueva y una hilera de plataneros para el tranvía, Monteseirín echó pestes en el transcurso de una comida contra este tipo de árboles, a modo de justificación de su actuación y usando el mismo argumentario de uno de esos informes redactados en Parques y Jardines durante su mandato, en el sentido de que no es una especie adecuada para Sevilla por ser proclive a la pudrición de su tronco y/o ramas, las alergias que provoca la lluvia de sus semillas al desperdigarse y los atoramientos de los husillos por la alfombra de sus hojas al desprenderse y el tiempo que tardan en descomponerse.
Pues bien, en el colmo de las contradicciones, su proyecto de reurbanización de la Puerta de Jerez concluyó con la siembra de dos hileras de plataneros en su extremo sur. Item más, posteriormente el gobierno de Monteseirín llenó de este tipo de árboles la avenida de Italia en vez de recurrir a los autóctonos almeces ya existentes en la colindante avenida de Grecia pese a lo que preconizaba el informe citado de Parques y Jardines.
Que, según opiniones, el platanero no sea el árbol más adecuado para Sevilla no debe significar, como ha hecho el Ayuntamiento en Almirante Lobo, que haya que hacer tabla rasa de los mismos de la noche a la mañana y sin intentar con tratamientos selvícolas salvar los salvables, que en algunos casos como en la calle de la polémica son casi centenarios. La tala debe ser la última medida, cuando se demuestre inevitable, pero no sistemática, como ha sido el caso que ha provocado la indignación ciudadana y sin repararse en que los argumentos dados para tratar de justificarla se volvían contra éste y anteriores gobiernos municipales por su deficiente gestión del patrimonio vegetal. ¿Quién si no el Consistorio es el encargado de que los árboles no se dispongan de forma supuestamente caótica y se cuiden en tiempo y forma para evitarles oquedades y pudriciones en tronco y ramas principales?
En su defensa, el delegado Vílchez afirma que gracias al macrocontrato de 48 millones de euros con empresas privadas para la conservación de zonas verdes se han realizado más podas en unos meses que hacía el gobierno de Monteseirín en un año. No se trata de una cuestión cuantitativa, sino cualitativa, un principio que ningún Ayuntamiento ha sabido comprender, hasta el punto de que en la Transición hubo que traer a un experto extranjero para que diera clases de poda a los jardineros municipales tras las protestas ciudadanas por las mutilaciones más que podas que practicaban a los árboles.
Como detalle revelador, Jacinto Martínez Gálvez, presidente de la Asociación Amigos de los Jardines de la Oliva, tuvo que disuadir a una cuadrilla al servicio del Ayuntamiento que trataba de hacer una poda masiva en pleno verano -la época menos adecuada- en su barrio, una más de tantas como han denunciado los ecologistas en los últimos años. Por tanto, no se trata de ni dejar de podar, porque hay situaciones en que las ramas constituyen un serio peligro (recuérdense los desprendimientos sobre la tapia del Alcázar desde los Jardines de Murillo o sobre el restaurante de La Raza), ni de batir records de poda, sino de podar lo justo y necesario. Pero, ¿quién controla el número y la oportunidad de las podas que practican las empresas privadas contratadas por el Ayuntamiento?
La polémica ha puesto de manifiesto el desmantelamiento que desde hace años (no viene de ahora) sufre el Servicio de Parques y Jardines (Comisiones Obreras cifra la merma de plantilla en un 40%) y su minusvaloración dentro del organigrama municipal, al ser convertido en un mero apéndice de Urbanismo, que está en sus antípodas, con lo que siempre primarán las obras proyectadas en ese Departamento sobre las zonas verdes.
Zoido, que tampoco ha creado el Central Park sevillano que prometió en su precampaña uniendo los jardines históricos, debería extraer conclusiones del ‘arboricidio’ de Almirante Lobo y tomar nota de lo que ha hecho Ana Botella en Madrid tras el desplome de árboles y/o ramas en la capital de España: crear un comité de expertos de prestigio e independientes (no de la misma cuerda política) para que al margen de partidismos dictaminara sobre el auténtico estado de los parques y jardines y diera las pautas a seguir.
En Sevilla, con tres universidades incluyendo la UIA, hay expertos que hasta han identificado los árboles que menos agua consumen o más oxígeno liberan, pero ese conocimiento botánico luego no se aplica en la ciudad. Habría que nombrar un Defensor de los Arboles como ya existe el de los Ciudadanos. Esperemos al menos que la de Almirante Lobo sea la última tala masiva en Sevilla y que no haya ningún alcalde más que tropiece con los mismos árboles… por tercera vez.