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El delfín no da la talla

La imagen del delegado de Urbanismo, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, como alcaldable del PSOE en la carrera por la probable sucesión de Monteseirín ha quedado seriamente afectada a cuenta de la polémica por la presunta usurpación de una caseta municipal que habría realizado su correligionario, compañero de gobierno municipal e íntimo amigo, Alfonso Mir. Celis ha cometido durante la polémica todo un catálogo de errores, impropios de quien es considerado el ‘delfín’ del alcalde y por tanto aspirante a regir los destinos una ciudad como Sevilla.

Celis se ha mostrado ante la opinión pública como  un gobernante imprudente al poner en diversas ocasiones la mano en el fuego por el delegado de Convivencia y Seguridad con declaraciones de apoyo a su actuación en el caso de la caseta sin esperar siquiera a que concluyera la investigación abierta por la Delegación de Fiestas Mayores, la cual acabó determinando que la caseta era de titularidad municipal y no propiedad del edil socialista y de su familia, como este último viene sosteniendo de forma numantina pese a todas las evidencias, el propio informe de Rosamar Prieto y el testimonio de Antonia Jiménez, la trabajadora que en nombre del Servicio de Limpieza de Escuelas la solicitó en el año 1989.

Un político prudente habría esperado al menos a que concluyera la investigación que estaba en curso para realizar cualquier pronunciamiento público. Si Celis apuesta por alguien que presuntamente ha cometido irregularidades de amplio eco social además, ¿qué confianza suscitaría como alcalde a la hora de elegir a sus colaboradores?

El segundo error de Celis fue no inhibirse en el caso pese a ser parte interesada en calidad de socio de la caseta presuntamente usurpada por Mir y ocultar tal condición ante la opinión pública. El delegado de Urbanismo se enfangó en el caso al actuar más como miembro de la peña de Mir y amigo personal del delegado de Convivencia y Seguridad que como un responsable del gobierno local, del que además ejerce como portavoz y por tanto es su cara ante los sevillanos.

Celis cometió otro error al implicarse personalmente en el escándalo saltando a la palestra en vez de dejar que fuera la responsable del área afectada, Rosamar Prieto en su calidad de delegada de Fiestas Mayores, la que actuara de pararrayos y se pusiera delante de los focos. El ‘delfín’ de Monteseirín se mostró así como un político demasiado impulsivo e irreflexivo al bajar a la arena a las primeras de cambio. De esta manera, la polémica ascendió hasta la portavocía del grupo municipal socialista, sin que la Delegación de Rosamar actuara de dique de contención. Celis ha acaparado las cámaras y los titulares, con lo que ha acabado a la altura del propio Mir y como coprotagonista del caso. No se ha puesto a cubierto en absoluto.

El aspirante a alcalde de Sevilla ha demostrado también falta de conocimiento técnico al sostener que las Ordenanzas municipales recogían la posibilidad de cambios de ubicación de casetas, una práctica que se hace bajo cuerda pero que no está contemplada en la normativa. Un gobernante no puede ser cogido en tales renuncios por el afán de aparentar saberlo todo. Este error ha sido otra de las consecuencias de haber invadido el área de Fiestas Mayores para no cederle protagonismo a la edil responsable de la misma.

Por último, Celis ha demostrado falta de reflejos políticos tras el informe de la Delegación de Fiestas Mayores en que aclaraba el carácter municipal de la caseta ‘de’ Alfonso Mir, de la que es socio. El ‘delfín’ de  Monteseirín dice que exigió en su día a Mir que expulsara como socio a Fernando Mellet tras conocerse su implicación en el caso Mercasevilla.

Al estallar el escándalo de la presunta usurpación de la caseta por el delegado de Convivencia y Seguridad, Celis podría haber reaccionado anunciando que dejaba en suspenso su afiliación a la caseta en tanto no se aclarara definitivamente la polémica por la titularidad de la misma. Sin embargo, primero trató de negar la evidencia de su condición de socio al declarar que no lo era “en el estricto sentido del término”, sino únicamente para la semana de la Feria, como si las efímeras casetas permanecieran en el Real a lo largo de todo el año y no solamente durante los días de la fiesta primaveral. A su manera, el delegado de Urbanismo presentó las casetas como si pudieran ser objeto de la figura turística del ‘time sharing’  o ‘tiempo compartido’, en que uno puede comprar el uso de un apartamento durante sólo un periodo de tiempo al año.

Celis es socio de pleno derecho de la caseta de Mir a la luz de una sentencia de la Audiencia Provincial de Sevilla de noviembre de 2008 que revocó otra anterior del Juzgado de Primera Instancia Nº 9 en el caso de la caseta ‘Chóferes municipales’. La Audiencia condenó a los titulares administrativos a inscribir como socias de pleno derecho a diez personas que habían venido pagando previamente una cuota anual y contribuido por tanto al mantenimiento y montaje.

La Audiencia explica que la Feria de Abril funciona gracias a unas normas administrativas junto a un «importante componente consuetudinario que ha ido generando una tradición consolidada». En virtud de ella, «el funcionamiento de una caseta de Feria, con la sola integración del titular administrativo, carecería del atractivo tradicional que es propio de esta clase de festejos tan arraigados en la historia y costumbre sevillanas».

Para enredar aún más la madeja, prolongar más en el tiempo una polémica que sólo puede perjudicarle y externalizar una decisión que sólo le corresponde a él, Celis ha propuesto que para su tranquilidad personal y porque se està poniendo en entredicho su honestidad personal el Ayuntamiento investigue “si es legal que cualquier persona que sea socia o está cometiendo alguna irregularidad o ilegalidad que aconseje no renovar su vinculación con esa caseta” (sic).

La explicación de Celis de que entró en la caseta por invitación de su íntimo amigo Alfonso Mir y sin ser consciente de que exisitiera ninguna anomalía en el procedimiento administrativo de concesión es plenamente convicente, pues haber reconocido lo contrario lo haría cómplice de la presunta irregularidad. A partir de ahí, lo inexplicable es que el ‘delfín’ del alcalde necesite que le hagan un informe municipal para ver si renueva o no su vinculación con la caseta. Su último error, por el momento, es justamente su indecisión.

Los nuevos señoritos

Ya sabemos por qué Celis ponía la mano en el fuego por su tocayo Mir, el del autopase de la caseta de la Feria: porque también él era de la peña de ‘los mecánicos’, los coleguillas del partido que se aprovecharon del error mecánico municipal (ja,ja,ja, es que no puedo evitarlo: me entra la risa floja con la versión oficial de Rosamar) para instalar su bodeguilla en el real y no mezclarse con la plebe en las casetas de distrito. El PSOE los cría y sólo ellos se juntan. Medio sector crítico, los que se presentan como turborrenovadores que quieren cargarse al que llaman ‘abuelete’ Viera,  formaban parte del minoritario club. Y entre ellos, Mellet y Castaño, dos imputados por el caso Mercasevilla. Estas eran las amistades peligrosas de Celis, el cual dice ahora que sólo era socio de la caseta “en el sentido ferial, pero no en sentido estricto”(¿?). En el estricto sentido, el que paga cuotas de socio es socio de pleno derecho. Celis pagaba para tener un reducto particular en Los Remedios y como edil emular así a la Sevilla eterna en calidad de nuevo señorito.

El pato cojo

No hay mayor imagen de torpeza que la que transmite en su errática trayectoria un pato cojo. La prensa americana acuñó precisamente la expresión ‘the lame duck’ para definir el síndrome que afectaba a los presidentes estadounidenses que no podían optar a la reelección porque se hallaban en su último mandato. La Constitución de EEUU impide que estén más de 8 años en el poder, para inyectar así savia nueva en el sistema político y evitar tentaciones totalitarias. Ya lo dijo el clásico: el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los presidentes que dejarán de serlo a plazo fijo pierden mando e influencia a chorros porque el resto de los políticos, sean o no de su cuerda, dejan de tenerlo como referente y se reorientan en función de los posibles candidatos a la sucesión. Como reacción, los inquilinos de la Casa Blanca dados por amortizados empiezan a pasar olímpicamente de todo y de todos y a hacer lo que les viene en gana. Total, como ya no van a ser penalizados electoralmente. En los ambientes flota que Monteseirín, no acabe o  acabe el mandato por imperativo de sus mayores (él propone y Chaves dispone), está ya políticamente visto para sentencia. Da igual que salga indemne o con algunos perdigonazos de los casos Mercasevilla o Unidad o que corte la cinta inaugural de Fibes o las ‘setas’ de la Encarnación, si es que halla dinero para acabarlas. En la metáfora del cuento de Blancanieves, si a Monteseirín le crecen enanitos como Celis, Rosamar, Espadas y hasta el fantasma de Pepote, es porque todos ellos lo ven ya como un  ‘pato cojo’.

Realidad que supera a la ficción

El Trío de Capilla (Javier Rubio, Sebastián Torres y Juan Miguel Vega) imaginó en su último diálogo irreverente la siguiente situación: “Pleno municipal. Zoido fuera de sí denunciando escándalos y, de tanto ardor, le da un chungo. La presidenta del pleno, Rosamar, como si se tratase de un mero trámite, se dirige a los presentes con displicencia: “¿Hay un médico en la sala?”. ¿Qué haría el Doctor NoDo (Monteseirín)?”. Este caso ya se dio en Sevilla. Reunión del comité de expertos de la Expo. De pronto, al nobel Severo Ochoa le da un soponcio, quizás por la tensión de ver el acoso a Olivencia, ya que acabaría dimitiendo de su cargo tras la destitución de éste. Alarma en la sala. El discípulo predilecto de don Severo, Santiago Grisolía, grita: “¡Que llamen a un médico!”. Y Ballester, que cae en la cuenta, le dice: “Pero, don Santiago, ¿usted no es médico?”. Sí, pero como estaba dedicado a la investigación en laboratorio había perdido la consciencia de su titulación, de lo que se colige que aunque el hábito no haga al monje la bata blanca sí hace al médico.

Cien óperas desaprovechadas

Rosamar ha viajado al  World Travel Market de Londres  para presentar un nuevo producto denominado ‘Sevilla, ciudad de ópera’ que se articulará a través de itinerarios relacionados con las óperas inspiradas en nuestra urbe. ¿Nuevo producto turístico? Mucho me malicio que esto es el forro reversible del viejo lema ‘Sevilla, ciudad de la música’, pero en su variante lírica. Y me sorprende esa vaguedad y  falta de ‘punch’ para promocionar la ciudad. Al producto le faltan cuando menos dos artículos. Sí, porque debe llamarse ‘Sevilla, la ciudad de la ópera’, sin pudor alguno, con plena arrogancia. Porque, ¿qué ciudad hay en el mundo que pueda presumir de ser escenario de más de cien óperas, desde el ‘Don Juan’ hasta ‘Carmen’?. Con muchísimas menos razones que Sevilla organiza Bayreuth su festival Wagner (selección de diez obras musicales); Salzburgo, su festival mozartiano,  y Torre del Lago su festival Puccini (40.000 espectadores cada verano). Sevilla no necesita más rutitas e itinerarios, Rosamar, sino ‘belcanto’,  y no sólo 6  veces al año. ¡Música, maestra!