El ministro, detractor inicial de la Torre Sevilla, se presenta ahora como su paladín
Fue él quien escribió a la Junta y al Gobierno sobre la indemnización por la anulación de la licencia
Juan Ignacio Zoido ya no sabe qué hacer con tal de prolongar sus habituales estancias de fin de semana en Sevilla, al igual que en su tiempo hacía Javier Arenas cuando estaba en el Gobierno de la nación. El pasado lunes presidió y protagonizó el acto de inauguración de unas oficinas de la empresa Deloitte en el rascacielos de la Cartuja, rebautizado oficialmente como Torre Sevilla y que popularmente sigue siendo conocida como Torre Pelli por el nombre del arquitecto argentino que diseña casi siempre la misma pero con algunas variantes, de ahí que se pudiera intercambiar perfectamente con la Torre Iberdrola, de Bilbao, y no se notaría en demasía la diferencia.
Parafraseando el título de la película de Fernando Colomo, hay que preguntar qué hacía todo un ministro del Interior en un sitio como ése, ya que Deloitte es una consultora con cinco ramas de actividad (consultoría, fiscalidad, asesoría jurídica, asesoría financiera y auditoría) y ninguna de las mismas está vinculada a la seguridad o el orden público, por lo que ese acto de carácter privado habría correspondido en todo caso y en un ejercicio de licencia política al ministro de Economía, al de Hacienda o en último extremo al de Justicia, pero no a Zoido.

Sin embargo, ya es conocida en nuestros lares la propensión del ex alcalde a cortar todo tipo de cintas inaugurales y a aparecer allí donde se le reclame, sea conveniente o inconveniente para su imagen y su cargo, habida cuenta su natural inclinación a decir sí a todos para tratar de no quedar mal con nadie, aun a riesgo de ser él quien quede de forma inapropiada para sí mismo.
CAMBIAR EL PASADO
Aprovechando que el Guadalquivir pasaba por Sevilla y al pie mismo del rascacielos, Zoido hizo con la torre un ejercicio de ese neologismo declarado como palabra del año por el Diccionario de Oxford pero aún no reconocido por el de nuestra Academia de la Lengua: un ejercicio de “posverdad” o, como lo calificó Espadas, de reescritura de la historia.
Frente a los hechos objetivos recogidos en las hemerotecas de que el hoy ministro fue un detractor de la Torre Pelli (hoy Torre Sevilla) y de que incluso se mostró partidario de pararla cuando tan sólo se habían levantado unas cuantas plantas de la misma en caso de que llegara, como llegó, a la Alcaldía, Zoido ha retorcido ahora el pasado para presentarse como un converso e incluso un paladín del rascacielos, al margen de cualquier “pecado original”.

En su parlamento en el acto de Deloitte, Zoido afirmó que “hubo un momento en que tuve que decidir, porque había quien decía que la Torre Sevilla había que tirarla”. El ministro habla de terceras personas, como si no hubiera sido él mismo quien cuando se hallaba en la oposición y/o en su campaña hacia la Alcaldía no se hubiera alineado con quienes eran partidarios de tumbar el rascacielos por entonces aún en ciernes con tal él de arañar votos donde fuera para erigirse en el sucesor de Monteseirín en la Casa Grande.
Añadió Zoido que él acudió a San Petersburgo “a pelear con uñas y dientes y con argumentos sólidos la permanencia de los monumentos del casco histórico como Patrimonio de la Humanidad y también que la Torre Sevilla fuera una auténtica realidad, puesta al servicio del crecimiento y la seguridad jurídica que supone invertir en Sevilla; y -aseveró- lo logramos”.
ECONOMÍA
¿Al servicio del crecimiento económico? Pero si hace siete años declaró en un foro periodístico lo siguiente sobre la torre: “Me parece un proyecto que, hoy por hoy, no tiene viabilidad económica”.
Y ya que Zoido estuvo en las oficinas de Deloitte, es el momento de recordar el estudio que en marzo del año 2009 hizo esta consultora para Cajasol, la promotora inicial del rascacielos, sobre el impacto económico que iba a tener el inmueble, un auténtico cuento de la lechera: con su construcción -decía- se iban a crear más de 4.000 empleos en Sevilla; en su primer año de funcionamiento (se cumple ahora en febrero) iba a generar más de 561 millones de euros (es decir, casi tanto como toda la Feria de Abril) y 11.327 puestos de trabajo; en el segundo año, 795 millones de euros y 16.106 empleos, y en el noveno año, 1.351 millones de euros (dos veces la Feria) y 27.910 empleos.

Habrá que preguntarse en qué se basó Deloitte para hacer tal ejercicio de economía-ficción.
SEGURIDAD JURÍDICA
La tercera línea argumental de Zoido en su reescritura de su posición sobre la torre ha sido la de erigirse en el valedor de la seguridad jurídica, con estas palabras: “las Administraciones tienen que ser salvaguarda de la seguridad jurídica para generar confianza en los inversores. Yo he procurado guiarme cada vez que he ocupado un puesto por el sentido común, la razón y la ley…. Mi obligación era salvaguardar la legislación vigente y los legítimos intereses de unos promotores que habían confiado en una legislación y que en base a las licencias legalmente concedidas habían iniciado su proyecto. Habría sido una irresponsabilidad -añadió- si paraba la obra, que reunía todos los permisos, como si no hubiera impedido que Sevilla perdiera la condición de Patrimonio de la Humanidad”.

¡Pero si Zoido puso en duda antes de acceder a la Alcaldía la validez de la licencia urbanística otorgada por Monteseirín a la torre! Item más, tan sólo tres meses después de ser elegido alcalde envió sendas cartas a los entonces presidente de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán, y la ministra de Cultura, Angeles González Sinde, para plantearles quién tendría que asumir las indemnizaciones en caso de que la licencia de obras del rascacielos se revisara o se anulara.
¿Y quién, sino él como alcalde, planteaba la posibilidad de la revisión o anulación, esa que seis años después ha negado en las oficinas de Deloitte?
PRECEDENTES
Por más que Zoido haya acuñado su posverdad sobre la torre y cambiado de discurso, las actuaciones de sus predecesores al frente de la Alcaldía demuestran que en Sevilla ha sido posible paralizar grandes proyectos urbanísticos por razones políticas, independientemente de las jurídicas.

Rojas Marcos frenó la denominada torre cilíndrica, proyectada por Pérez Escolano en la Plaza de Armas, aunque para ello tuvo que compensar a los promotores con mayor edificabilidad en la construcción de un hotel en la Buhaira.

Monteseirín liquidó el proyecto de sede administrativa para el Ayuntamiento que en el Prado de San Sebastián diseñó Rafael Moneo cuando Soledad Becerril era alcaldesa, pese a que la constructora Dragados le amenazó con pedir una indemnización multimillonaria en los tribunales, del mismo modo que amenazaban con hacer los promotores de la hoy Torre Sevilla.
Zoido, con sus 20 concejales y su mayoría absolutísima, no tuvo la misma determinación que Rojas Marcos y Monteseirín pese a haber militado en las filas de los detractores del rascacielos de la Cartuja, y ahora quiere pasar por su gran paladín.
Como en el soneto de Miguel de Cervantes, y en tantas ocasiones durante su mandato como alcalde, en el caso de la Torre Sevilla, antes Pelli, Zoido “miró al soslayo, fuese y no hubo nada”.
Curro Pérez, la Voz a Ti Debida de Zoido, habló, en su calidad de alcalde del arrabal, en el acto
Al igual que en otros organismos, como el COI, donde los votos se compran y se venden a cambio de contraprestaciones presentes o futuras, también en este caso se han forjado alianzas con ciertos países para frenar la exclusión de Sevilla del Patrimonio Mundial, por el golpe que habría supuesto para la deteriorada ‘marca España’. No es casual que esta alianza se forjara con países tercermundistas como Argelia, Colombia, Iraq, India, Senegal, Mali… y que, por contra, los más desarrollados y cultos, caso de Alemania, Suiza y Estonia, fueran los más críticos con Sevilla y con el Gobierno de España por haber propiciado con su inhibición durante tres años la construcción de la torre Cajasol, pese a las advertencias de la Unesco, finalmente papel mojado.
Por paradójico que resulte, los compromisos de Zoido para evitar la inclusión de Sevilla en la ‘lista negra’ suponen una victoria moral para Icomos, que siempre habló del impacto de esta Babel sobre el paisaje histórico hispalense extendido sobre una planicie y al que consideró globalmente y no sólo a los tres monumentos aislados de su entorno; y que también subrayó la necesidad de ampliar jurídicamente las zonas de protección del casco histórico frente a la inhibición de la Junta, que propició así que Monteseirín facilitara la erección de la torre de 178 metros cuando previamente tumbó el proyecto de torre de Ricardo Bofill (impulsado por el PA) de tan sólo 80 metros por su impacto sobre el casco antiguo (y porque por debajo camuflaba más edificabilidad de la permitida) . El urbanismo, como se percata ahora Fernández Salinas, es pura política disfrazada de razones técnicas, y la Unesco tampoco ha escapado a la política de pasillos tejida en torno a la torre Cajasol.
Y si la política consiste en desayunarse un sapo cada mañana, Zoido se ha tragado en París y en las semanas previas una buena ración de anfibios a cuenta de su conversión a la causa del rascacielos. Ha tenido que tragarse el sapo de defender ante la Unesco el rascacielos con el argumentario de Monteseirín, Marchena, Pulido y Espadas: la modernidad, los puestos de trabajo, la indemnización en caso contrario y hasta que va a quitar muchos coches del Centro (¿?).
El secretario del comité español de Icomos, Víctor Fernández Salinas, ha declarado en relación con la torre Cajasol, alias Pelli, que “en Los Bermejales podría haber catorce torres y nadie diría nada”. Será porque no se ha percatado aún Conchita Rivas, porque si no Salinas se iba a enterar de lo que vale un peine. En este barrio al Sur del Sur se preguntan por qué razón han de acoger todo o casi todo lo que no quiere el resto de la ciudad en esa estrategia tan inglesa de los nimby: que lo pongan en cualquier parte pero no en mi patio trasero. Pues Los Bermejales son no el patio trasero, sino el cuarto trastero de Sevilla. ¿La mezquita? Primera opción, Los Bermejales. ¿Un centro para toxicómanos? Pues en cierta parcelita libre en Los Bermejales. ¿Los locos? Al hospital asimilado al barrio. Hasta el parque del Guadaíra deja de serlo y se convierte en carretera al desembocar entre Heliópolis y Los Bermejales. Con estos precedentes más las palabras de Salinas se comprende mejor por qué este barrio, harto, llegó a pedirle a Kiko Toscano su anexión por Dos Hermanas.
Hace unas semanas contamos en este espacio cómo los ambientes académicos andaban revueltos por causa de un soneto en el que se dirimían diferencias irreconciliables entre dos bandos sobre cuestiones arquitectónicas de actualidad. Ahora, de nuevo en los cenáculos literarios se hacen cábalas sobre quién se esconde tras la firma de Cástor Pólux, el que adopta el nombre de los mitológicos hermanos gemelos y de cuyo numen ha salido a la luz este otro soneto titulado ‘A la torre Zoido-Monteseirín’, que transcribimos a continuación sin quitar ni una letra: “Nunca viose en el mundo tal vileza,/ nunca se tornara en despojo maravilla,/ cual se trocara el cielo de Sevilla/ en desolado erial con tal presteza/. Nunca viose munícipes tan legos/ como Monteseirín, lerdo atrevido,/ y el juez inane, de soberbia henchido;/ ante el prodigio fueran ambos ciegos./ A la torre, el compás, el campanario,/ a la callada historia, al glauco río,/ hurtáronle la gracia y el respeto/. La gloria de ayer, es hoy osario;/ el sociata iniciara este calvario; la puntilla le dio Zoido el cateto”.
Ahora que La Caixa ha hecho las paces con la Fundación Atarazanas, única voz disonante junto a la de los conservacionistas llaneros solitarios con el proyecto de restauración/alteración (a elegir según el criterio de cada uno) de Vázquez Consuegra para el astillero medieval, ¿adivinan cuál puede ser la primera exposición en el futuro Caixafórum de Sevilla? Una pista: la caja catalana inaugura en Barcelona, para su posterior gira por España, la muestra ‘Torres y rascacielos. De Babel a Dubái’. ¡Qué (in) oportuno, ahora que por el rascacielos de la Cartuja peligra el título de Sevilla como Patrimonio de la Humanidad! Un tema, como se ve, de la máxima actualidad. Acaso será, imagino, para festejar la absorción de Banca Cívica, por lo que cuando llegue aquí a lo mejor se adapta el título a la realidad autóctona y la muestra se llama ‘De Babel a torre Cajasol, alias Pelli’. Quienes creyeron que con la compra de Cívica Caixabank iba a paralizar el rascacielos deberían atenerse a la famosa inscripción que colocó Dante en La Divina Comedia: ‘Abandonad toda esperanza’.
Para que luego diga el PSOE que el PP le aplica el rodillo de sus 22 concejales a la oposición. Antes dice Espadas que Zoido no ha pisado la Tecnópolis durante su primer año de mandato y antes se reúne el alcalde con el Círculo de Empresarios de Cartuja-93. Los tecnológicos le dijeron al defensor de la torre Cajasol que temen un colapso circulatorio en la confluencia del rascacielos con la autovía a Huelva, el muro de defensa y la avenida Carlos III, por lo que exigen un plan especial de tráfico. Ah, pero ¿esos estudios y planes de impacto de la torre no se hicieron antes de conceder, al marchenero y monteseirinesco modo, la licencia de obras? ¿Y dónde estaban los empresarios, tan calladitos con Marchena y Monteseirín, que no dieron la voz de alarma cuando se hablaba del proyecto del rascacielos en la entrada/salida misma de Sevilla? ¿No temían entonces el colapso de tráfico que ahora ven de forma tan clarividente? En la memoria colectiva ha quedado el ‘atasco perfecto’ de aquel día por mor de Ikea. Las ciudades que olvidan la historia están condenadas a repetirla.
El sociológicamente denominado ‘síndrome nimby’ deriva de las abreviaturas de las palabras que componen la expresión inglesa ‘not in my back yard’, que significa ‘no en mi patio trasero’ o, figuradamente, ‘no delante de mi casa’. Sevilla está llena de ‘nimbys’ muy británicos ellos, como demuestra el último barómetro de Antonio Pascual para Antares: el número de partidarios de la torre Cajasol y del parking rotatorio en la Alameda experimenta, en plan Arquímedes, un impulso hacia arriba equivalente a la distancia a la que aquéllos residen del Centro. Desde la lejanía, y sin ver ni sufrir las obras y sus impactos en el paisaje y en la vida cotidiana, es muy fácil pronunciarse a favor de cualquier proyecto: urbanismo de salón, porque constatan que no les afecta. Por contra, en el Casco Antiguo, Los Remedios y Triana, el número de detractores del rascacielos y del parking rotatorio se dispara. Son quienes están a su sombra las veinticuatro horas del día o sentirán el ruido y los gases contaminantes de los coches. El roce propicia animadversión en vez de cariño.
Desde hace tres años, la Unesco viene dando avisos a España sobre la afección del rascacielos a los tres monumentos sevillanos patrimonio de la Humanidad (Catedral, Alcázar y Archivo de Indias), sin que ni el Gobierno, ni la Junta de Andalucía, ni el Ayuntamiento se hayan dado por enterados.
En Sevilla se han despreciado los informes de Icomos diciendo que era una especie de ONG del Patrimonio, un grupo de amiguetes sin poder ni influencia en la Unesco. Craso error, porque en la Convención de París de noviembre de 1972 y en virtud de la cual se creó el Patrimonio Mundial, Icomos figura en el artículo 8.3 como la voz consultiva para el patrimonio cultural, y la UICN para el natural.
España no sólo suscribió en mayo de 1982 la Convención del Patrimonio Mundial, sino que fue mucho más lejos cuando el 18-4-2002 firmó con la Unesco un convenio especial pensando en países del Tercer Mundo para identificar más bienes destinados al Patrimonio Mundial, prestar asistencia técnica a otros Estados para asegurar su protección y, paradójicamente, fortalecer la gestión de los bienes ya declarados como tales, “especialmente a través de una nueva confirmación, si fuese necesaria, de los límites del área bajo protección del Patrimonio Mundial y de la revisión del marco de gestión de dicho patrimonio”.